Donde otros vieron "tragedia" yo decidí ver "esperanza".

Barry Neil Kaufman


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viernes, enero 14, 2011

La inteligencia humana y el osito para poder dormir

Este ensayo, sobre las relaciones entre el desarrollo de la inteligencia y la especificidad de la crianza humana, destaca “un desfasaje absurdo, desde el punto de vista de la naturaleza” que sólo puede dar lugar al pensamiento “bajo el requisito de la presencia humanizante del otro humano”.
Por Silvia Bleichmar
(...)¿Qué tipo de relación, de contigüidad o discontinuidad, podemos establecer no sólo entre la inteligencia humana y la inteligencia animal sino también entre inteligencia humana tal como se encuentra una vez producida, y la inteligencia potencial de la cría humana? No es suficiente para responder a la pregunta diferenciar entre lo humano y lo animal sino que se hace necesario establecer la distinción entre lo humano como producto de la humanización y la cría humana en tanto potencialidad humanizante que debe ser incluida en el interior de la cultura para adquirir las características de la inteligencia humana.
Imaginemos a esa cría en el momento de su nacimiento. Un puñado de reflejos, un conjunto de prerrequisitos biológicos que pueden –aunque no necesariamente– devenir soporte neurológico de la inteligencia sin ser su condición suficiente, una cantidad de necesidades para la conservación de la vida, un pequeñísimo bagaje de información genética absolutamente insuficiente para su supervivencia. Todo esto no dando, por sí mismo, acceso al pensamiento, ya que se puede alimentar a un recién nacido sin que ello implique que logre algo más que la idiotez de su supervivencia biológica, cuestión absolutamente insuficiente para realizarla en el marco de la cultura. Si lo alimentáramos, limpiáramos, le diéramos el calor suficiente para conservarla con vida, maduraría neurológicamente y sin embargo no podría regirse más que por los intereses que le dictan sus instintos de conservación natural: su mirada no se levantaría sobre los bordes de la cuna buscando un objeto tan inútil desde el punto de vista de la preservación natural y al mismo tiempo tan imprescindible para la implantación de un universo humano como una sabanita gastada y vieja que chupar, o un oso cuya única función es enredar el dedo en su pelambre para poder dormir.
Y en este desfasaje, tan absurdo desde el punto de la naturaleza, tan ridículamente poco eficaz para mantenerse en la inmediatez de la vida, desfasaje e incluso ruptura que lleva a dejarse morir de hambre en un marasmo salvaje cuando se pierde al objeto amado, y luego, ya de grande, a dejarse morir de hambre para preservar el ideal amado, están los orígenes mismos de la producción de inteligencia y las condiciones de producción de conocimientos que no se reduzcan al empleo de la información recibida por vía natural.
Ruptura y desfasaje que tiene como prerrequisito la presencia humanizante del otro humano, de ese adulto que por razones históricas y estadísticas estamos habituados a llamar “madre”, y que en su asimetría conserva la vida de la cría al mismo tiempo que la parasita simbólica y sexualmente, genera –aun antes de que el pensamiento se constituya, aun antes de que el niño devenga un ser humano capaz de tomar a su cargo la representación de su propia vida y de poseer los mecanismos que le permitan la producción de conocimientos–, crea, produce, sobre ese producto de naturaleza que tiene a su cargo, una subversión profunda que lo arranca de ese estado natural y lo vuelca a la producción simbólica. (...)
Domingo, 25 de Agosto de 2002

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